El pecado entro a la raza humana y fue transmitido a todas las generaciones futuras. (Romanos 5:12) dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
El pecado fundamental que rompió la relación de Dios con la humanidad no fue el asesinato, el adulterio, la mentira, el robo, el odio ni el maltrato. El pecado fue la suposición, la filosofía o la actitud de que Dios no quiso decir lo que dijo. Cuando una persona acepta esta suposición comienza a producir un deterioro que, como un cáncer, lo lleva a la muerte.
Cuando usted no confía en Dios, no confía en sí mismo, ni en nadie más. Cuando determina que Dios no tiene integridad, abandona su propia integridad. La conciencia se endurece; la dignidad pierde todo su valor; el ser humano se deteriora y muere; la luz se apaga. Solo quedan tinieblas. ¿Podrá ser ese el problema de la humanidad en el presente? Si el ser humano no confía en la integridad de Dios, se hunde en la desesperación, la desgracia, la degeneración, la enfermedad, la destrucción y la nada.
Nuestro Padre Dios es íntegro e inmutable; Su Palabra es íntegra e inmutable. La Biblia dice: “Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia y no será revocada: Que ante mí se doblará toda rodilla y jurará toda lengua” (Isaías 45:23); Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. (Marcos 13:31); “Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envíe” (Isaías 55:11); “Juró Jehová por su mano derecha y por su poderoso brazo: Jamás daré tu trigo por comida a tus enemigos, ni beberán los extraños el vino que es el fruto de tu trabajo; sino que quienes lo cosechan lo comerán y alabarán a Jehová; y quienes lo vendimian lo beberán en los atrios de mi santuario. ¡Pasad, pasad por las puertas; barred el camino al pueblo; allanad, allanad la calzada, quitad las piedras, alzad pendón ante los pueblos! He aquí, Jehová lo hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la hija de Sion que ya viene su Salvador; he aquí su recompensa con él y delante de él su obra. Y los llamarán pueblo santo, redimidos de Jehová. Y a ti te llamarán Ciudad deseada, no desamparada” (Isaías 62:8-12).