
LA COMPASIÓN DE DIOS

El Poder Espiritual de la Generosidad
ADORAR A LOS ÍDOLOS ES ADORAR A LOS DEMONIOS

Texto Principal: Jeremías 7:18; Jeremías 44:15-25
Introducción: Dios es santo. El carácter de Dios demanda lealtad. Nosotros, sus hijos, le demostramos nuestra lealtad adorándolo como el único y verdadero Dios.
I. EL PRIMER MANDAMIENTO: NO TENDRÁS DIOSES AJENOS DELANTE DE MÍ
El Señor, Dios Omnipotente, nos prohíbe que se le hagamos imágenes, tanto de tipo material como conceptual, porque ninguna cosa humana puede representar a Dios. El pueblo de Israel estaba rodeado de gente que adoraba imágenes a las que llamaban dioses.
El primer mandamiento prohíbe el politeísmo, que caracteriza a todas las religiones paganas. Israel no debía adorar ni invocar ninguno de los dioses de las demás naciones; se le ordenó que temiera al Señor y le sirviera solo a Él. “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).
Temed a Jehová, y servidle con integridad (Josué 24:14-15): “… pero yo y mi casa serviremos a Jehová”.
II. ADORAR A LOS ÍDOLOS ES RENDIR CULTO A LOS DEMONIOS
Los que adoran a los ídolos están asociados con los demonios, porque detrás de las religiones falsas están las manifestaciones, las influencias y los poderes demoníacos. (Levítico 17:7) “Y nunca más sacrificarán sus sacrificios a los demonios, tras de los cuales han fornicado; tendrán esto por estatuto perpetuo por sus edades”. (Salmo 106:37) “Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios”.
El primer mandamiento se dirige contra la adoración de espíritus (demonios), mediante el espiritismo, la adivinación y la idolatría (Deuteronomio 18:9-14).
Debemos dirigir nuestra adoración sólo a Dios. No puede haber adoración alguna, ni oración, ni búsqueda de dirección y ayuda de “dioses ajenos”, espíritus, ni personas que hayan muerto.
Los creyentes debemos consagrarnos totalmente a nuestro Padre Dios. Sólo Dios, con su voluntad revelada y su Palabra inspirada, puede guiar nuestra vida.
Como hijos de Dios, debemos depender totalmente de Él, creyendo que nuestro Padre provee todo lo que necesitamos para vivir bien. Amemos a Dios con todo nuestro corazón (Mateo 22:37): “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”.
III. LOS ISRAELITAS ADORABAN A LA “REINA DEL CIELO”
Las naciones paganas adoraban a la reina del cielo. El título de la “reina del cielo” se refiere a Astarté, diosa de Babilonia y Asiria, también llamada Astarot. Se creía que ella era la esposa del falso dios Baal, también conocido como Moloc.
La motivación de las mujeres para adorar a Astarot se derivaba de su reputación como una diosa de la fertilidad (Jeremías 7:18). El pueblo de Dios, obstinado, rechazó la Palabra de Dios dada a través del profeta (Jeremías 44:15-25).
IV. ¿EXISTE LA REINA DEL CIELO?
No hay ninguna Reina del Cielo. Nunca ha habido una Reina del Cielo. Ciertamente hay un Rey del Cielo, el Señor de los Ejércitos, Jehová. Sólo Él reina en el cielo y en la tierra. Él no comparte su reino, ni su trono, ni su autoridad con nadie.
Para los católicos, María, la madre de Jesús, es la Reina del Cielo. Esto no tiene ninguna base bíblica, sino que proviene de las proclamaciones de los sacerdotes y los papas de la Iglesia Católica Romana. Aunque María era ciertamente una mujer piadosa, grandemente bendecida por haber sido elegida para dar a luz al Salvador del mundo, ella no era de ninguna manera divina, ni estaba libre de pecado, ni debe ser adorada, venerada, ni alguien a quien se le deba orar.
El Señor Jesucristo emitió una leve reprimenda a una mujer que gritó: «Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste» (Lucas 11:27-28): “… y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan”.
El Señor Jesús restringió cualquier tendencia a elevar a María como un objeto de adoración. Ciertamente, Jesús pudo haber dicho: «Sí, bendecida sea la Reina del Cielo». Pero no lo hizo. Él estaba afirmando la misma verdad que la Biblia afirma: no hay ninguna Reina del Cielo, y las únicas referencias bíblicas a la «Reina del Cielo» se refieren a la diosa de una falsa religión idólatra.
En las Sagradas Escrituras no existe fundamento para rendir culto a los santos ni a la madre de Jesús, pues toda adoración se debe dar solamente a Dios. No existe evidencia de que María haya sido ascendida y que esté cumpliendo un papel especial de mediación en favor de los hombres (1 Timoteo 2:5): “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.
Si adoráramos a María, seríamos culpables de idolatría, y la idolatría es un pecado que viola el primer mandamiento. No adoramos a María; le damos respeto y la honramos por ser la mujer a través de la cual el Señor Jesucristo se humanó.
Conclusión: En las Sagradas Escrituras no existe fundamento para rendir culto a los santos ni a la madre de Jesús, pues toda adoración se debe dar solamente a Dios.